
El sector del consumo masivo atraviesa uno de los momentos más delicados del año, con un deterioro que se refleja tanto en mayoristas como en supermercados, autoservicios y farmacias.
A pesar de que los primeros nueve meses registraron un crecimiento acumulado del 1,8% según Scentia, este número es considerado insuficiente para un rubro que usualmente se mueve por encima de la inflación y que depende de volúmenes altos para sostener su actividad. La caída mensual de septiembre, del 3,7% respecto de agosto, acentuó la preocupación: muestra que el rebote inicial del año perdió fuerza rápidamente y que el consumo entró en una fase de enfriamiento marcada.
Los canales más sensibles —supermercados, autoservicios independientes y farmacias— exhiben señales de debilidad profunda. Esto es particularmente relevante porque estos espacios suelen funcionar como indicadores adelantados del estado del consumo hogareño: cuando la gente ajusta su presupuesto, recorta primero en compras cotidianas. En paralelo, las ventas mayoristas acumulan una caída del 5,4% en el primer semestre, un retroceso que afecta a toda la cadena, desde fabricantes hasta comercios de barrio que dependen de estos distribuidores para abastecerse.
Frente a este panorama, la Cámara Argentina de Distribuidores y Autoservicios Mayoristas (CADAM) lanzó una campaña de descuentos agresivos de hasta el 40%. La iniciativa, denominada “Black Week Nacional Mayorista”, se realizará entre el 21 y el 23 de noviembre y apunta a generar un shock de demanda. La expectativa es que este impulso contribuya a descomprimir stocks, mejorar balances deteriorados y, sobre todo, inducir un efecto derrame hacia el resto de la cadena comercial. Si los mayoristas logran reactivar su movimiento de mercadería, los fabricantes también podrían recuperar volúmenes y los pequeños comercios abastecerse a mejores precios, lo que en última instancia podría favorecer al consumidor final.
El problema de fondo, sin embargo, es la falta de recomposición del poder adquisitivo. La inflación sigue presente, pero los salarios no acompañan al ritmo necesario para sostener el consumo cotidiano. Los hogares ajustan su presupuesto, eligen segundas marcas o directamente compran menos. Esta fragilidad explica por qué las promociones aparecen como un recurso urgente pero también riesgoso: pueden generar un alivio transitorio, pero no reemplazan una recuperación real de los ingresos. De hecho, apoyarse demasiado en los descuentos puede erosionar los márgenes de rentabilidad, especialmente en pymes del sector que no tienen la escala para compensar el recorte con mayores volúmenes.
El movimiento también tiene un fuerte componente político y económico. La campaña evidencia que la crisis de consumo no es solo un problema de precios altos, sino de limitaciones estructurales en el bolsillo del consumidor. Pone de relieve la vulnerabilidad de los mayoristas y distribuidores, actores centrales para el abastecimiento cotidiano de miles de comercios de barrio. Y refuerza la presión de parte del sector privado para impulsar reformas laborales y fiscales que reduzcan costos operativos y permitan sostener modelos de negocios que hoy están al límite. En este sentido, la “Black Week Nacional Mayorista” no es solo una acción promocional: es también un síntoma de un mercado interno debilitado y de un contexto que exige soluciones más profundas que un descuento puntual.